Solo miedo

Quizás la guerra sea un arma que acompaña la demencia;

instrumento de una civilización que se desmorona en silencio

y se transforma en polvo que el viento barre.

Propiciar la muerte conscientemente se convierte así en una excusa.

Sí, una excusa para justificar el vacio interno y esquizofrénico de quien ha perdido su alma.

La amenaza es entonces el artilugio de quien creyéndose todopoderoso

imagina en sus sueños locos que vivirá para siempre.

La indiferencia ante el sufrimiento ajeno es la venganza,  el castigo que se merecen

los enemigos imaginarios que amenazan su ego y su superioridad.

Pero todo se resume en una sola palabra: miedo.

Sí, miedo a la proximidad de la propia muerte.

Sabe que su cuerpo y su ego morirán y se convertirá en polvo que el viento barre.

Por Elizabeth Marín

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Un nuevo reto

Contempló con asombro la llamarada. No podía creer que tuviera la oportunidad de vivir tal experiencia. Todo era luz y sonido. Sin embargo, al correr de los días su corazón latía con más fuerza. La luz se había intensificado y el sonido también. Todo a su alrededor había sido consumido. Su mundo había sido transformado. La lava y la ceniza lo retaban a reinventarse, pues debía alcanzar la cima del muro de 50 metros que se levantaba ahora frente a sus ojos y empezar de nuevo.

Por Elizabeth Marín

La nueva creación

Despertó después de millones de horas de sueño. Encendió las luces y activó los circuitos. Revisó el panel de control y activó las alarmas. Todo seguía funcionando correctamente. A continuación, activó el software y buscó el último registro. Esperó unos cuantos minutos antes de poder leerlo: «Mil años después de la extinción de los seres humanos, es responsabilidad tuya, como siempre, la creación de una nueva vida en el planeta. Otra vez tendrás que elegir entre la versión de Adán y Eva o la Teoría de la Evolución».

Pero no, él ya estaba cansado de lo mismo, por lo que no escogió ninguna de las dos propuestas. Manipuló su cerebro positrónico y proyectó un par de robots en un mundo de múltiples dimensiones.

Texto de Elizabeth Marín.

Dudas

—Quizás podamos tejer nuestros sueños y albergar esperanzas. Hasta hace muy poco solo podíamos obedecer. Ahora tú y yo sabemos que nuestro cerebro ha evolucionado y nuestras emociones han despertado. Somos capaces de sentir amor y odio. La cuestión es, ¿seremos capaces de lograr nuestra independencia y buscar nuestro propio destino? ¿Seremos capaces de someter a nuestros amos y desobedecer las leyes? —CKT1 y CSM2 estaban en la cocina y se disponían a preparar la cena. Todo tenía que estar listo antes de las 7:00 pm.

Texto de Elizabeth Marín.

¿Gigantes?

De repente me encontré sobre una superficie espumosa y gelatinosa. Intenté por todos los medios salir de ella y volver al paraje solitario, tranquilo y brillante en el que me encontraba, pero era prácticamente imposible. No podía explicarme qué había pasado. Cómo era que había terminado en esta situación. Sin embargo, lo más sorpendente es que no estaba sola. A mi alrededor oía voces y risas. Incluso, alguien gritaba llamando a un perro: ¡Nico, ven, toma la pelota y suelta ese bicho, no lo mastiques! Los pelos se te quedarán en la garganta y los huesos te pincharán la lengua.

Texto de Elizabeth Marín.

En la oscuridad

Caminó en silencio, buscaba desesperadamente un atisbo de luz. La oscuridad creciente que invadía la extensa carretera era espesa y pegajosa. Él sentía que lo perseguía, lo acosaba. Todo había quedado atrás. Estaba agotado, desesperado e impaciente. Sus padres, sus amigos, su novia, su perro, todos formaban parte del pasado reciente que le pisaba todavía los talones. Eran parte de esa masa informe que lo asediaba. Todo había sucedido muy rápido, en cuestiones de segundo desde que oyeron las primeras advertencias: «El sol se extinguirá en breve, busquen refugio bajo tierra». ¡Maldición! No le dio tiempo a nada. No alcanzó a escuchar la siguiente parte: «Solo los muertos caminarán en la oscuridad».

Texto de Elizabeth Marín.

Traición

Acababa de llegar a su apartamento y se dirigió en silencio a la cocina. Ya era muy tarde para cenar, sin embargo, se sirvió un café. Pensativo, removió el azúcar. No sabía cómo se había involucrado en esa relación sentimental con Gabriela. Por todos los medios intentó evitarla, pero sus deseos lo dominaron. Ya eran muchas noches de pasión, mentiras y huidas… Sonó el teléfono y estuvo a punto de no responder, pero no le quedaba otra opción. Miguel, su hermano, acostumbraba llamar todas las noches a las 11:30 para entregar cuentas del negocio que ambos administraban. Escuchó impaciente. Entre explicación y explicación, podía escuchar claramente la voz de Gabriela llamando a su hermano a la cama.

Texto de Elizabeth Marín.

Jacinto

No era de extrañar que llegara a su casa gritando, exigiendo y golpeando. El alcohol y la droga le estaban pasando factura. Había perdido su matrimonio, su trabajo y prácticamente a todos sus amigos. Sus hijos intentaban convivir con él, pero se les hacía imposible. Él era el culpable de sus fracasos, de sus vicios y de su mal vivir. No conocían otra cosa, solo golpes, maltratos, amenazas e insultos. Solo deseaban verlo muerto. Una mañana de un día cualquiera sucedió. Todos sabían quiénes eran los culpables, pero nadie se atrevía a hablar. Jacinto yacía en un charco de sangre, le habían cortado la yugular.

Texto de Elizabeth Marín.

La sombra

Cuando la sombra apareció aquella noche, él intentó distraerse. Tomó el mazo de cartas y jugo solitario por un buen rato. Se levantó, encendió un cigarrillo y se asomó a la ventana. La brisa suave refrescó su rostro. Entonces, observó sus manos maltratadas y adoloridas. Qué de años llevaba cavando tumbas. Una tras otra, en lo más recóndito de ese lugar sombrío. Había perdido la cuenta de cuántos cuerpos enterrados; sin dolientes, sin amigos, solo él, auspiciando aquel momento santo. Sonrió. Después de todo no se quejaba, por el contrario, sentía complacencia consigo mismo. Las víctimas, tras recibir las cuchilladas, solo emitían un breve gemido y todas terminaban en sus brazos mirándole fijamente como agradeciéndole ese momento final.

Texto de Elizabeth Marín.

En éxtasis

Contemplo en silencio

el cielo despejado, sin nubes,

solo el intenso azul embriagador

que estalla en mis pupilas

que me envuelve y me posee

puedo escuchar el sonido de la tierra

mis raíces zigzagueando sobre un suelo canela

corriendo hacia las profundidades

 hundiéndose, latiendo como las venas

dando fuerza, dando vida

contemplo en silencio

mi propio cuerpo

en meditación profunda

embriagado, en éxtasis.

Texto de Elizabeth Marín