Quizás la guerra sea un arma que acompaña la demencia;
instrumento de una civilización que se desmorona en silencio
y se transforma en polvo que el viento barre.
Propiciar la muerte conscientemente se convierte así en una excusa.
Sí, una excusa para justificar el vacio interno y esquizofrénico de quien ha perdido su alma.
La amenaza es entonces el artilugio de quien creyéndose todopoderoso
imagina en sus sueños locos que vivirá para siempre.
La indiferencia ante el sufrimiento ajeno es la venganza, el castigo que se merecen
los enemigos imaginarios que amenazan su ego y su superioridad.
Pero todo se resume en una sola palabra: miedo.
Sí, miedo a la proximidad de la propia muerte.
Sabe que su cuerpo y su ego morirán y se convertirá en polvo que el viento barre.
Por Elizabeth Marín
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